lunes, 6 de junio de 2011

Un cielo a medida.

Día crudo de invierno. Se encoge el cielo y las nubes parecen desfilar por las calles húmedas de la ciudad.
Nadie mira el cielo, apenas el estrecho espacio por donde debe caminar trepado en su pequeño mundo.
Cada uno diseña a su medida el cielo y el infierno que debe vivir.
Ella lo ha pensado según los días, de lunes a miércoles soporta el peso de su trabajo, el mal humor del marido y las demandas de sus hijos.Es ahí cuando arde a fuego lento en su parcela del calvario.
Los jueves es otra cosa.
Se fuga al barrio de su madre. Se calza un equipo de gimnasia ajustado, suelta sus prejuicios y se acaricia las caderas prominentes, sabiendo que a alguien le gustan.
En el gimnasio la espera sonriente. Es arduo el  trabajo, pero ella lo disfruta. Él tensa sus músculos y suda a su lado, no se limita a indicarle los ejercicios, más bien la acompaña y la mira con insistencia a los ojos.
El viernes y el sábado la rutina se repite, más bien se prolonga como una estadía en el cielo, tan azul como los ojos de su profesor que una y otra vez la escudriñan.
Sólo se permiten un encuentro privado los sábados por la noche, en el mismo lugar, a oscuras.
-Tus caderas mujer, eres increíble.
 Se entrega a ese cuerpo duro y pesado que la hace gozar una y otra vez, susurrándole cosas dulces al oído.
El domingo lo comparte con su madre, saboreando aún algo del cielo que le toca en una torta casera repleta de merengue, frutillas y caramelo.
-Me alegra que ya no te cuides en las comidas hija...
Cómo explicarle que ,gracias a ese cuerpo de curvas prominentes, todas las semanas se zambulle en un cielo propio y construido a su medida.

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