martes, 5 de julio de 2011

Arde el hielo

Bocanadas de vapor exhalan los pocos intrépidos que caminan en las ultimas horas de la noche. Casi son las siete y aun la oscuridad lo impregna todo.
Hay charcos congelados sobre la calle, algunos autos los quiebran al pasar despacio.Adentro las fantasmagóricas figuras de sus tripulantes parecen saludar con un suave cabeceo.
Miro hacia dentro y siento la sangre como lava recién expulsada, el odio me corroe desde muy profundo.
Sé que el dolor y la furia son vecinos asiduos y que se visitan mutuamente. Mi dolor no amaina y se mezcla de forma extraña con la furia.
-Es la gente toda así?- me pregunto en otro dialogo silencioso y no puedo contestarme. Me quedo sin respuestas rápidamente en los últimos días.
Sin darme cuenta me he detenido en una esquina y los semáforos solo parpadean en amarillo, quizás porque también duermen como todos.
He salido de mi casa pasadas las tres. Cuando los demás salen a la calle, yo me encierro.
Quizás sea una maldición.
La frialdad de los otros hace que mi alma se convierta en una pira candente de frustraciones y amarguras.
La soledad, a pesar de todo, se ha vuelto un bálsamo para mi tortura y en mi única compañía.
Amanece. Otro día que cruzaré dormido para escapar a la realidad gélida que me rodea.
Algún día llegará mi primavera y quizás un corto verano, tal vez  no sea tarde entonces.


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