Ayer creí haberte soñado. Tanto tiempo sin verte en mi mente.Hasta me pareció sentirte muy cerca mío, con ese amor que sé que me tienes todavía.
El hombre miraba a ese niño pequeño dormido en sus brazos;parecía de miel su mirada y sus brazos como enredaderas poderosas que se aferran a su propia vida.
El niño dormía, como duermen los niños, sumergidos en la paz de los inocentes, cautivados por la vida que los extenúa de antemano y los prepara para la lucha.
Pequeño guerrero que duerme en brazos de su padre, un todopoderoso protector y silencioso guardián de su descanso.
Se sacude el trole.Veo como el hombre corpulento se prepara para ponerse de pie.
Antes, como para asegurarse de que su tesoro más valioso no interrumpa un sueño de pureza, lo besa repetidamente y se levanta de su asiento.
En dos pasos se coloca frente a la puerta que se repliega y se baja de un salto. Se aleja caminando con la mirada fija en el pequeño durmiente.
Yo te recuerdo como un punzón que desangra mi memoria de golpe. Te veo sentado conmigo compartiendo una picada en una confiteria, anticipándote, quizás, a tu ansiedad de que me haga grande y sea tu mejor amigo-hijo.
También te recuerdo contándome una historia mientras esperábamos dormirnos. Apenas cuatro años
de madurez me alcanzan para recordar tus palabras, más allá de la historia, me quieres dejar un mensaje que aun hoy valoro y reivindico.
Eras un hombre sabio, tu amor todavía me conmueve. Mientras camino lloro pensando que mi padre
tiene para mi un fuerte abrazo y hoy acompaña a mi madre. Me consuelo en saber que están juntos y felices.
Rápidamente dejo de sentirme solo y extraviado en el mundo: para algo me enseñaste que para transitar la vida no hay que entregar lo más valioso de un hombre : su honestidad.